El que sabe y prefiere callarse
El misterio de la obra de Yudoyoko consiste aquí en una inversión. Como
el Colgado de las cartas del tarot, aquí el personaje del mural aparece al
revés en una espera en la que él prefiere callar. ¿Cuánto tiempo más
callará? ¿O por él hablan los pájaros? Ellos tienen sus patas en las ramas
como nosotros tenemos los pies en la tierra. Por lo tanto parecen
razonables y podrían resultar locuaces. Ya sus nombres quieren decir algo.
Ellos se acomodan, parece, a nuestro mundo, pero todos, ellos y nosotros,
resultamos descolocados en relación al árbol/persona invertida. Es una
interrogación muda, contundente. Porque ¿cuál es nuestro campo de
referencia? De repente no tenemos campo. Somos arrojados al aire sin
garantía acerca de dónde caeremos, parados o no. Aquí nos han
arrancado de nuestro lugar. El mundo se ha rajado y nosotros estamos
perplejos. Algo, llamado nuestras almas, se posa en las ramas con la voz
indemne de los pájaros. Pero nuestros pies están en el aire, ya
desmaterializados, y nada se nos explica. El universo es extraño. Somos
pájaros que no reconocen su nido. Y por un momento, patas arriba o patas
abajo, podemos respirar y hasta gorjear con nuestras almitas de pájaro.
Esta es una interrogación implacable, y parece no tener respuesta. Hasta
que alguien hable, que no quiere hablar. Alguien opaco y tácito, que
guarda un secreto. Nada nos revela. ¿A quién preguntaremos? O tal vez
hay que tragarse el silencio. Como si nosotros no estuviéramos.
(Roberto Echavarren)